PAZ A LOS HOMBRES DE BUENA VOLUNTAD

(Cuento con el que Hipólito Escolar felicitó las Navidades de 1996 - basado en un hecho real que le acababa de suceder - en el que él  describe bromeando su velatorio)
 

              En el mes de diciembre los casilleros de las porterías engordan con catálogos bellamente impresos de ofertas de comidas, bebidas, objetos de regalo yelectrodomésticos. Junto a ellos, a las revistas que, sin pedirlas, nos regalan, también de tipografía brillante, y a las cartas, principalmente de los bancos, suele aparecer un buen número de modestos catálogos de libros de ocasión aprovechando la tendencia a las compras de la temporada navideña.

               El miércoles me retiré por la mañana el de mis amigos de Librería Cintas, Marina y Joaquín, que ojeo con atención porque suele contener algún libro impreso durante la Guerra Civil y obras poco frecuentes sobre Segovia, otra fijación de mi manía de coleccionista. El paseo mañanero por el Retiro lo destiné a su examen en él encontré el volumen correspondiente a la provincia de Segovia de Descripción e historia política, eclesiástica y  monumental de España para la juventud, libro curioso de Valentín Picatoste, en cartoné, impreso por Hernando y con algunos sencillos grabados de línea. Nada más de volver a casa, telefoneé a la librería con la inquietud natural, bien conocida por los coleccionistas, de que alguien se me hubiera adelantado en la compra, caso desgraciadamente frecuente. Como no lo habían vendido, les anuncié que pasaría esa misma tarde, sobre las seis, a recogerlo.

               Salí del metro de Cuatros Caminos a la calle de Santa Engracia para encaminarme, por la ancha acera aun iluminada por la luz vespertina y muy animada, calle abajo, hasta Bretón de los Herreros. Noté que a los primeros pasos se me colocó al lado un muchacho, de no buena catadura. Lo imaginé el pesado de turno que me iba a pedir unas pesetillas para el metro o para un café. Pero, no. En voz baja y con decisión me conminó:

     
               -Camina y calla. No hagas ningún gesto que pueda llamar la atención de la gente. Te puede costar caro, Llevo una navaja  y soy drogodependiente. Mírame las señales. Estoy metido en la mierda de la cocaína  y no tengo escrúpulo alguno. Pero sí no te pasas de listo, podemos tener la fiesta en paz.

               El encuentro tenía peor cariz de lo esperado procuré armarme de entereza para aguantar el chaparrón, aunque las piernas, gracias a Dios ocultas por el pantalón, ocasionalmente me temblaban, También era desgracia el tropiezo en la plácida tarde con este posible asesino. Por otro lado, el marcharme de este mundo inesperadamente, sin los dolores ni las molestias de una larga enfermedad, sin comerlo ni beberlo, podía ser, bien pensado, una suerte.

-¿Qué quieres?- pregunté con cierta calma.

-Dime, de verdad, sin mentirme, cuántos billetes llevas. Puede ser un atraco limpio si no tratas de engañarme ni de resistir. De ti depende.

              -Uno sólo, el del metro.

             -No me cabrees. No me gustan los graciosos, ni trates de escabullirte. Repito, ¿cuántos billetes llevas? Si te pones pesado, te dejo seco de una puñalada. No me importa. He salido hace dos semanas de la cárcel y no me importa volver a ella.

            -Creo que te has equivocado de cliente, muchacho, Mírame, soy casi un octogenario y tengo una pensión tan escuálida, que mi mujer se queda con los pocos billetes que entran en casa, Sólo me da calderilla para mis gastos. Si quieres, te doy lo que llevo en el monedero. No lo necesito, es un decir, porque tengo el pase para volver a casa en el metro. Pero si te lo llevas, pasaré un mes puñetero.

             -Voy a dejarte sin una peseta en la cuenta corriente. Vamos a acercamos a unos cajeros automáticos.

             -Pero cómo he decirte que no tengo dinero, que soy pobre y no tengo tarjetas de esas. Si no te enfadaras, te diría que un general le pidió a Napoleón dinero y éste le contestó “A Bonaparte has venido”.

    -Te voy a dar una hostia para que no vuelvas a gastar bromas.

    -Ya podrás. Con una navaja cualquiera puede.

             Yo miraba a la gente que pasaba continuamente a nuestro lado, y suspiraba para que alguien advirtiera lo que me pasaba  y me echara una mano. Se debió de dar cuenta de mis pensamientos  y me advirtió:

-Mira, ahí viene el coche de la policía. Si lo llamas, te puedes ganar una puñalada, como el cachas del otro día. Era un jodío engreído, no tan sensato como tú. Lo dejé desangrándose en la acera. Le daban arreones peligrosos, quizá por el mono, corno a los toros acosados al sentirse vencidos.

- Tranquilo, tranquilo. No pienso hacer nada.

         Estas reacciones inesperadas me recordaban el peligro continuo y me hacía pensar vertiginosamente. La pobre Conchita iba a quedar en el desamparo, el matrimonio Cintas sentiría remordimiento si leía al día siguiente que me habían asesinado cerca de su casa cuando iba a verlos. Pasaban raudos por mi cabeza los hijos y los nietos, los buenos amigos que se habían ido, y a los que en las memorias que estaba escribiendo iba a dedicar un obituario porque eran muchos y muy queridos. También a los que iba a dejar en este mundo sin más consuelo que ir a despedirme al tanatorio, donde Carlos de Santiago comentaría:

         ¡Qué pena de hombre! Estaba pachucho, pero todavía podía haber vivido algunos años. Unos por fas y olios por nefas, dentro de poco aquí no quedamos ninguno. Nos estará esperando con una sonrisa en la otra vida y nos saludará: “!No os esperaba tan pronto!” La verdad es que a Poli no le sacaba nadie un duro.

          En un momento de la discusión, a la que no faltó acaloramiento, se adelantó y, mirándome a la cara, me dijo:

-Coño, me pareces un hombre cabal, todo un tío. Me recuerdas a mi padre, que era bombero en este parque.

          -Tú recordarás lo que trabajaba tu padre, como trabajé yo. Doce horas diarias por un salario mínimo, pero, a base de trabajo y privaciones sacamos el país adelante.

- Pero no a todos. Mira cómo estoy yo. ¿Cómo ves la situación actual?

-Jodida chico y peor para los jóvenes que para los viejos. Yo tengo una pensión reducida, pero puedo tirar. Tú, con seguridad, cuando llegues a viejo no vas a tener ninguna.

-Es que estos tíos son unos cabrones.

-Tú lo has dicho.

-Me ha encantado hablar contigo- y poniéndome una mano en el hombro, me preguntó:


-¿Cómo te llamas?

-Hipólito Escolar.

-¿Y tú?

-Teo. Me has parecido un tío valiente.

-Gracias. ¿Amigos, entonces?

-Amigos.

-Si necesitas algo, que no sean billetes, me tienes a tu disposición.  


          -Te voy a acompañar un rato para que nadie te moleste. Hay gente mala-. Al llegar a la esquina de Bretón de los Herreros, me dio un abrazo de despedida y
 deseó para mi, mi familia y amigos unas Felices Pascuas en 1996 y un próspero año 1997.

 

          Por ello. Conchita, Teo y yo os deseamos, después de mi resurrección, unas Felices Pascuas en 1996 y lo mejor para 1997. Aleluya, aleluya, hermanos. El Señor ha sido generoso con su humilde siervo Hipólito. Navidades de 1996.

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